El Arte de Vivir con el Espíritu Despierto

Hay una tensión que todos vivimos, aunque no siempre sepamos nombrarla:
el deseo profundo de conectar con lo divino
y la urgencia constante de sobrevivir en lo cotidiano.
Esta es una carta desde ese borde,
desde esa grieta donde ambos mundos se tocan.
Un viaje íntimo hacia la reconciliación entre alma y materia.
Tal vez tú también estés ahí.
Tal vez este texto sea una forma de respirar juntos.
Vivimos tiempos intensos, de mucha demanda.
El mundo material nos exige un constante andar: producir, responder, estar disponibles, competir. Sostener el pan de cada día, el techo que nos cubre, el deseo de hacer lo que queremos.
Y en medio de esa marea, hay un anhelo: la conexión con lo divino.
Una sed profunda, un susurro interior que nos llama. Pero ese llamado se ve muchas veces interrumpido por la rutina, el cansancio, las tareas urgentes.
¿Cómo hacer para que esa conexión no se diluya entre correos, pendientes y responsabilidades?
¿Cómo sostener el espíritu sin renunciar al mundo?
¿Por qué a veces sentimos que debemos elegir entre uno y otro, como si fueran incompatibles?
He visto —y vivido— extremos. Corrientes espirituales que plantean el desapego total de la materia. Y otras que se hunden en la productividad, olvidando el alma.
Y me pregunto: ¿por qué esta dicotomía? ¿Por qué esta polarización?
¿No será que estamos llamados a reconciliar estos dos amores que habitan en nosotros?

Habitando los dos mundos desde mi centro
En mi experiencia, esta tensión no es teórica, es cotidiana.
Cada día me encuentro entre tareas administrativas, correos, gestiones creativas… y mi necesidad profunda de silencio, conexión, práctica.
Durante mucho tiempo intenté dividir el tiempo: la mañana para lo espiritual, la noche para lo productivo. Pero me di cuenta de algo: no es una cuestión de tiempo, sino de presencia.
No se trata de aislar mundos, sino de entrelazarlos.
Integrar.
Aplicar el conforto que me da mi práctica espiritual en las acciones diarias. Respirar antes de responder un mensaje. Escuchar con atención. Delegar con claridad. Descansar sin culpa. Saborear incluso lo tedioso.
Practicar el silencio en medio del ruido.
Escuchar al cuerpo.
Hablar desde el corazón.
Tener paciencia —una de las tareas más difíciles, sobre todo conmigo misma.
Vibración que calibra
Una de las prácticas que más me conecta con la divinidad es el canto de mantras.
Cuando canto, algo se alinea. El cuerpo, la mente, el corazón… todo entra en otra frecuencia.
La voz se vuelve canal de sanación y alegría. El espacio se vuelve sagrado.
Y, curiosamente, después de cantar, las tareas más mundanas ya no pesan tanto.
No hay conflicto, ni tedio. No hay ansiedad innecesaria. Todo fluye con más gracia.
Para mí, la espiritualidad no está en evadir el mundo, sino en habitarlo desde otro lugar. Con más ternura. Con más escucha. Con más autenticidad.

Hoy les escribo desde la isla de São Miguel, en los Azores. Un lugar que se ha vuelto hogar.
Aquí me conecto con una parte antigua y sabia de mí.
La isla verde, en medio del mar Atlántico, me abate con su viento, me acaricia con su arena volcánica, me revitaliza en sus aguas burbujeantes.
Aquí, en su vientre, he tenido despertares profundos.
He sentido a mis ancestros apoyándome, lamiendo mis heridas, abrazándome con fuerza, diciéndome sin palabras, te amo.

Y tal vez...
…la verdadera espiritualidad no está en el esfuerzo ni en el aislamiento, sino en cómo lavamos los platos, cómo respiramos antes de hablar, cómo escuchamos sin interrupciones.
Tal vez, si dejamos de juzgar, si soltamos los extremos, podemos reconciliar lo sagrado y lo cotidiano.
Tal vez la divinidad no es algo lejano. Tal vez está justo aquí, en este momento.
En esta lectura.
En ti.
Te abrazo